Vidas Prestadas

A veces no caminamos con nuestros propios pies, sino con los pasos ajenos. Nos deslizamos por los sueños de otros como quien navega un río prestado, buscando entre las aguas un reflejo más amable que el propio. No es que hayamos renunciado a nuestros anhelos—no. Los llevamos todavía, como brasas tibias en el fondo del pecho. Pero hay momentos, noches enteras o vidas enteras, en que la realidad nos muerde demasiado fuerte, y entonces huimos.

Huimos hacia un país secreto, donde la vida tiene el sabor de las películas y el olor de las canciones. Un lugar donde los colores no se limitan a ser rojo o azul, sino que gritan, arden, susurran secretos antiguos al oído. Donde las melodías son hechizos que nos envuelven como brazos amorosos, donde el fracaso es una caída al abismo y el éxito, un ascenso entre ángeles. Allí, la compasión se expande como el mar sin orillas, y la humanidad se estira más allá de lo humano.

Ese reino no existe... pero aún así brilla.

Y no es un crimen visitarlo. El alma necesita a veces un cuarto oscuro donde esconderse de la luz cruel del día. El problema comienza cuando ya no salimos. Cuando, como ante el Espejo de Oesed, quedamos atrapados frente a la pantalla—ese vidrio mágico que devuelve la ilusión de una vida posible—y dejamos de vivir la nuestra. Morimos a cuenta gotas, mirando lo que no seremos, mientras la vida se deshace detrás del cristal.

Salir de ahí no es fácil. Especialmente cuando la vida, con sus puños sucios y su boca llena de gritos, nos obliga a bajar la mirada. Pero el equilibrio no es una línea recta, es una cuerda floja. Lo sabio no es no caer, sino volver a subir.

Y un día, inevitable, se apaga la pantalla. Entonces quedamos solos, sin música de fondo, sin filtros, sin diálogos bien escritos. Frente a la tristeza cruda de nuestras verdades, sin saber qué hacer.

¿Respuestas? No las hay. La vida, en su esencia, no es más que un puñado de interrogantes suspendidos en una larga espera.

Jorge Kagiagian

No hay comentarios.: