Oh Vos, Altísimo Señor,
que moráis en los cielos y en los abismos,
en el fulgor del día y en la sombra de la noche,
escuchad, os ruego, la voz temblorosa de este siervo vuestro,
que a solas clama en medio del quebranto.
Narradora de ilusiones traicionadas y sueños moribundos.
Combinados, como por arte de alquimia, lo despreciable con lo hermoso juntos en el mismo compás.
Oh Vos, Altísimo Señor,
que moráis en los cielos y en los abismos,
en el fulgor del día y en la sombra de la noche,
escuchad, os ruego, la voz temblorosa de este siervo vuestro,
que a solas clama en medio del quebranto.
No pertenezco a ningún lugar;
soy un extranjero en mi propia existencia.
Veo lo que nadie ve:
las sombras detrás de las luces,
las grietas en los muros de la realidad.
No pueden engañarme,
Mírate al espejo, mírate bien.
Ve esos ojos que brillan, esa piel que respira,
las manos que acarician el aire,
el hogar que te rodea sin que lo notes.
A veces nos perdemos en lo trivial,
en lo que no importa,
en las palabras vacías que nos susurran
y olvidamos lo que tenemos frente a nosotros.
Hay una familia que te envuelve,
un cariño que te abraza cada día,
En el rincón callado del alma,
donde la lluvia se convierte en susurro,
se oye una vibración, leve pero constante,
un latido olvidado en el vasto abismo.
Oh, gran boludo de mirada ausente,
que andás por la vida tan imprudente.
Pelotudo eterno, rey del descuido,
siempre cayendo, siempre perdido.
Prisión del miedo
No puedo llorar,
el alma en pedazos.
En la última celda
escribo estos versos,
náufrago moribundo
que lanza al mar su última botella,
un grito hondo atrapado,
Cayó una vez, y el polvo se alzó como un himno roto.
La tierra bebió su sangre como un pacto antiguo,
y el viento, cruel amante, le susurró su derrota.
Pero él se alzó.