Recuerdos del amor después de la muerte



Lo recuerdo muy bien: comenzaba a oscurecer, las nubes grises cerraban el cielo. Un clima glacial de preguntas sin respuestas asolaba las calles y la sensación inexplicable de ser observado me incomodaba…apurando el paso llegué a mi hogar.
Ligeramente cené algunos de los restos que habían sobrado del mediodía; luego me dirigí a mi habitación a descansar. El ambiente se sentía denso y mi respiración agitada no permitía relajarme… el aliento escapaba de mi boca como una emanación fantasmal, dibujaba en el aire espeluznantes figuras por lo que decidí cerrar los ojos para no verlas y finalmente tratar de dormir.
A mitad de la noche me desperté; había escuchado algunos pasos y sonidos extraños provenientes de algún lugar que no logré identificar con exactitud. Las ventanas temblaron. “Habrá sido el viento”, supuse en el vano intento de autoconvencerme. Cerré los ojos, intenté dormir nuevamente… pero sentía algo, algo me molestaba.
Momentos más tarde los ruidos fueron más claros, se escuchaban en la planta baja de mi hogar… el estrépito de unos vidrios estrellándose contra el suelo me inmovilizó. No quería aceptar que allí había una presencia desconocida… el temor se adentro en mí como un frío helado que recorría mis venas.

Se habían escurrido en mi hogar, entraron sigilosamente. Merodearon por todas las habitaciones; llegaron a mi dormitorio. Me perturbaron aún más al alcanzar el pie de mi cama. Oscuras sombras abrumaron mi descanso.

Al verlos temí por mi vida; En vano, traté de correr, escapar de ese lugar. Una de las almas se acercó impetuosa hacia mí. Me preguntó adónde trataba de huir.

-Al Futuro, lejos de ustedes - respondí.

Alzo su voz, llena de furor y sarcasmo:

-Necio. Yo soy el dueño de los tiempos pasados, creador de los tiempos futuros. ¿Te olvidas que todo futuro será pasado también? - Sentenció.

Entonces comprendí. Sumido ya, me eché al suelo implorando misericordia.
Se acercaron a mí, uno a uno. Abrieron una pequeña brecha, uno de ellos, retiró la capucha de su viejo atuendo con sus esqueléticas manos, revelando su rostro deforme. No pude distinguir su nariz de sus orejas, ni siquiera de su boca… eso sí, sus ojos brillaban. Vi los míos reflejados en ellos... vi mi propio terror.

Gritando, juró hacerme pagar por haberlo creado para luego desfigurarlo. Luego comenzó a contarme historias de horror, terribles y espantosas en las que yo... era el personaje principal. Mi alma atormentada estalló en lágrimas y llantos.
Todos los espectros contaron sus historias; cada una más aterradora que la anterior.
Mi voz casi muda no alcanzo a pronunciar ningún sonido en mi defensa.
Al terminar se arrodillaron todos, todos excepto uno: Era un ángel de piel y atuendo negro, que estremeciendo la tierra, abrió mí pecho en dos y tomó lo que según él era suyo.
Se alejaron gritando y aullando festejos de victoria. Ese fue mi crimen y mi castigo.
Las noches pasaron, se hicieron años. Yo, perdido, imploraba la muerte de mi cuerpo quebrado y convaleciente. Sufrí la segregación de quienes aún poseían su alma y me acerque a aquellos, que como yo, habían perdido toda esperanza.

Hasta que un día, en medio de las tinieblas brillabas con luz radiante…
Eras tú, eras luna en la noche; tus ojos se abrían lentamente, embriagaban de dicha a mi corazón infortunado…
Avergonzado me arrodillé a tus pies. Te conté mi historia y mis decepciones…declaré, sollozante con la voz entrecortada, mi arrepentimiento. Pediste que me parara, que viera tus ojos. Ellos me transportaron a un sitio en donde todo era cándido, en donde vos eras un fantasma de largas túnicas, dijiste:

-Vi en tus ojos, sincero arrepentimiento, dolor y perturbación. Yo soy quien no te dará la espalda en los días de desolación: tu alma iré a buscar…

Me acerqué a tus labios sigilosamente; escapé con un beso tuyo escondido. A pesar de encontrarme en medio de las tinieblas nuevamente, algo había cambiado en mí: poseía una luz en mi interior. Aquellos que no la tenían no la soportaron. Me acusaron de traidor por no resignarme a mi infame destino; me expulsaron de ese doliente grupo y me sentenciaron al regresar eternamente, mientras se desvanecían acusantes en las tinieblas.

Semanas de dolor me persiguieron, tan desesperadas como quien espera su condena a muerte. Abriste la puerta de mi hogar. Entraste en mi habitación, desnuda te cubriste con las mantas de mi cama, me abrasaste, te bese, nos amamos. Tu cuerpo, como arenas blancas, se deslizaba entre mis dedos; pasamos las horas nocturnas. Me sentí morir y volver a nacer mil veces. Mi alma volvía a mí; nuestros cuerpos ardieron iluminando el amanecer.

Al despertar, te vi a mí lado. Corrí al espejo, observé mi rostro en él. Allí encontré a un ser nuevo; uno lleno de sueños y deseos compartidos. Tenía una razón, un motivo. Fui feliz… tenía a quien amar.

-Llegó el momento,-te dije - debemos viajar, buscar nuestro rumbo.

Atravesamos innumerables lugares…vivimos nuestro amor en cada uno de ellos. Hasta que, fatigados, el destino quiso que nos asentáramos en aquel lugar. Era pantanoso todos trataban de escapar de allí sin que nadie pueda lograrlo. Un trágico final nos esperaba: caí en los pantanos de la inseguridad, me hundí rápidamente. Corriste en busca de ayuda; pero ya era tarde.
Lloraste mi ausencia durante el resto de tu vida. Yo, mientras tanto, emprendía un viaje a las profundidades …Llegué a un lugar tenebroso en donde el dolor y el llanto eran los placeres más gratos.

Un extraño ser se acercó y me dijo:

-Te concederé un sólo deseo por haber padecido tantos sufrimientos. ¿Prefieres verla una vez más o beber de la poción que te aliviará de todo dolor y que te hará olvidar a tu amada?

-Verla, aunque sólo una vez y después morir- respondí con plena seguridad… aunque dudaba de sus verdaderas intenciones.
Sobrecogido por mi respuesta, me concedió la posibilidad de verla una vez en cada año, con una restricción: no poseería mi cuerpo a partir de la segunda vez que la viera. Entonces acepté.

No sé cómo, pero llegué a tu puerta. Se abrió sin necesidad de tocarla; subí a tu habitación y te vi llorando por los tiempos felices, creyendo que jamás volverían. Te tomé entre mis brazos, recordamos aquellos tiempos, mientras mis ojos se resistían a las lágrimas; pero mi alma, no. Te besé la frente y, tomando tu mano, te conté lo sucedido en aquellas profundidades.

-Yo soy un espectro, solo un recuerdo. Tu amor por mí brilla en tus ojos. Te amo y vendré a verte todos los años mientras este amor permanezca intacto- El lapso se cumplió, entonces regrese a las profundidades.

Al año siguiente, volví a verte tan hermosa, tan bella. Me expresaste cuanto me habías extrañado, tu miedo de no volver a verme. Corriste hacia mí, quisiste abrazarme; pero yo era una luz apenas perceptible a la vista. No comprendiste por qué tus manos atravesaban las mías. A pesar de todo, no fueron necesarios los cuerpos para amarnos una vez más.
Los años se amontonaron, y fieles a nuestro amor nos seguimos viendo.

-Mi cuerpo humano envejece y tú inmutable. Llévame contigo para no seguir siendo una víctima del tiempo- solías decir, y yo te respondía tratando de que entendieras que no Había ningún oscuro porvenir entre nosotros.

Los años fueron décadas, tu cuerpo envejecía más y más. Recuerdo que una vez me dijiste:
-No entiendo, ¿aún amas este cuerpo decrépito, vencido por los años, mientras tu
hermosura se acentúa más con el paso de lo inevitable?

-Te amé, incluso antes de conocerte. Te amo tan sólo con ver tus ojos iluminando mi ser. Te amaré porque el tiempo nada puede envejecer lo que proviene del espíritu. Te amé, Te amo y Te amaré por siempre- mis ojos sostenían mis palabras.

Seguimos disfrutando del poder estar juntos algún tiempo más. Hasta que un día, llegué a tu cama y te encontré dormida. Te besé la frente… Noté que al fin el tiempo te había vencido; tu vida acababa de terminar. Te recordé mi promesa al oído. Pasé mis brazos por debajo de tu cuerpo sin vida y alcé tu alma joven y radiante. Despertaste con una sonrisa en tus labios, sellamos nuestro amor en ese momento.
Extendí mi mano hacia ti y posaste la tuya sobre la mía. Cerré suavemente cada dedo, se entrelazaron con los tuyos y de esa forma, comenzamos nuestro viaje a la eternidad.

Jorge Kagiagian

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