Mi mundo de fantasías



Estas palabras son producto de una mente herida y enferma, la mía. Que pidió ayuda a gritos, pero estos fueron ignorados y luego callados. Nadie siquiera recuerda haber escuchado mis tristezas. Yo quisiera olvidarlas, pero están arraigadas en mí, como el náufrago a su destino de tempestad.

Como en toda historia de desgracias, nací en condiciones deplorables. Producto de un embarazo no deseado y sobreviviente de un intento de aborto. Es un buen comienzo para una historia, pero no para una vida real.
Durante mi niñez la ausencia de mi mamá fue una constante en mi vida. Ella sólo aparecía esporádicamente para traer más pena a mi ya desafortunada existencia. Seguramente hubiese sido mejor ser huérfano y carecer de cualquier recuerdo que tener una madre con esas características. Una persona que desde el primer momento nunca quiso tenerme en su vida, capaz de realizar cualquier cosa con tal de deshacerse de mí.
Mi padre cubrió muchas de mis necesidades. Fue su presencia la que me dio cierta estabilidad, al menos durante los primeros años. Me enseñó a luchar y sobrevivir; a resistir.
Mi familia era muy inestable y humilde. La violencia familiar estuvo presente en todas las formas posibles; mis piernas temblaban al ver aquella escoba.

Como es de suponer, en esas condiciones mi familia no tardaría en resquebrajarse dejando a la deriva a cada uno de sus miembros. El egoísmo fue tal que cada uno tomó su rumbo con una desconsideración por el otro comparable al desprecio y al odio.
Mis padres se fueron y nunca más supe de ellos, mi hermana fue adoptada por la familia amiga y a mí me tocó la peor parte.
Siendo un niño fui lanzado a la calle, sólo con la ropa que tenía puesta. Fueron años de espantos, conocí la miseria, el hambre y el frío. Saciaba el hambre revolviendo los desechos de otros, disputaba con los perros un lugar para dormir. La ropa cada día estaba más andrajosa y mugrienta. Los drogadictos y los violadores acechantes no me dejaban dormir por las noches en el zaguán que había elegido como hogar.
Vi cosas que ningún niño debería jamás ver, y estuve donde nadie debería estar. Cosas que preferiría no describir por consideración a quien lea estas líneas.

Mi orgullo conservó mi dignidad intacta. Trabajaba durante el día y por las noche estudiaba, caminaba casi a oscuras leyendo y haciendo mis tareas escolares. Por las mañanas, donde el peligro era mucho menor, dormía.
Con esfuerzo salí adelante pero siempre estuvo ahí conmigo la depresión, mi gran enemiga. La angustia y la soledad que lentamente carcomieron mi salud mental, con la misma paciencia que el mar erosiona los acantilados… tarea que nunca se detendría.

En contra de mi voluntad, llegué a allí, me enfrenté a todo desafío que se me presentó. Logré grandes cosas, hasta algunas hazañas. Incluso formé parte de la sociedad; siempre falseando la expresión de mi cara, había aprendido a sonreír aunque no hubiese motivo para hacerlo.

Tuve un gran amor. Uno inmenso e increíble… una mujer tan dulce como nunca había visto, una sonrisa tan amplia que me contagiaba su alegría. Fue una luz de esperanza que se asomaría y cambiaría mi suerte.
Me conquistó de inmediato y yo logré lo mismo. Nunca me había sentido amado. Mi propia familia me había rechazado. Me duele recordar las últimas palabras que mi madre me dirigió: “No me molestes. Estás solo, ya no tienes familia”. Lo cual terminó de convencerme de que no merezco el amor de nadie, ¿Quién puede querer a alguien tan roto, tan aturdido y desorientado?
Quizás por eso no sabía como mostrar mis sentimientos. Me llevó mucho tiempo, pero fui superando lentamente mis limitaciones: logré dar y sentir amor por primera vez en mi vida.

Me casé con ella, hace algunos años, fue un momento maravilloso... lo revivo una y mil veces. Veo su vestido rosa y mi traje gris, caminando entre los rosedales como si fuera ayer. Despertarme luego de la boda y verla durmiendo a mi lado, fue, sin duda, el momento más feliz de mi vida.
Toda la ilusión, toda la magia, duraría tan solo algunas semanas. Me miró a los ojos y me dijo: “Fue un error, no estoy preparada, me casé sin amor”. ¿Cómo describir lo que sentí? Mis piernas flaquearon, traté de tomarme de las paredes pero sin lograrlo. ¿Las alegrías y las risas, el compromiso y la fiesta, todo había sido real? Me desvanecí en ese mismo lugar… y si había algo vivo dentro de mí murió en ese instante.
Al fin tenía algo que era mío, que había alcanzado y me era arrebatado, quedaba claro que no merecía esa felicidad. Todos mis sueños y todo mi mundo se derrumbó.
¿Por qué habría de ser diferente al resto de lo antes vivido? Desde entonces, la tristeza se arraigo, se eternizó en mi alma.

Las preguntas perpetuaban mis pensamientos: ¿podré volver a amar?, ¿tener una familia, ser normal una vez en mi vida? ¿podré ser parte de algo que no se derrumbe?
La duda se clavó en mí y me desangró. Asumí lo que soy, alguien que nadie podría amar, que no vale el esfuerzo que sus heridas requieren para sanar.

Desde el inicio, mi vida ha sido una secuencia de hechos desafortunados. Pero todo tiene límite, todos tenemos un punto de quiebre. Y el mío llegó en ese momento. La destrucción de lo que más añoraba, mi amor, mi mujer, mi familia. No hay nada que llene mi vació; todo perdería sentido para mí.

Primero perdí mi trabajo, luego mis amigos y cada logro que había obtenido… me aislé en una habitación, con una creciente paranoia. Sumada a la adicción a los tranquilizantes con los que me automedicaba. Calman el ardor de mis penas, pero aumentan mi condición patológica, y mi conducta se torna aún más errante. Nadie me volvería a ver desde entonces.
Las pesadillas me atormentan cada noche. Plagadas de imágenes violentas, tan reales que me levanto perplejo de horror. Veo el cuerpo de la mujer que amé despedazado, escucho sus gritos de dolor, veo sus lágrimas… pido socorro, desesperado pido ayuda y nadie me escucha hasta que finalmente despierto; sudoroso y desconcertado.
Revivo esa pesadilla día tras día tan intensamente como la primera vez.

El aislamiento cada día es mayor, invento excusas y mentiras para no salir, ni siquiera para conseguir comida… poco a poco mis fantasías comenzaron a tornarse reales. Cualquier realidad es mejor que mi vida miserable.
Cada día me sumerjo más y más en esta demencia, en un mundo ilusorio. Ya nada queda. Mi estado es irreversible. Y si no lo fuera, no encuentro motivo para seguir adelante.

Hace poco descubrí cómo cambiar mi destino. Mi desequilibrio mental es la respuesta. Seguiré andando este camino hasta hundirme totalmente en mi mundo de delirios y fantasías, del cual, atrapado, no podré salir nunca más.
Estaré en una silla, sin pronunciar palabra alguna. Mi mirada estará perdida y ausente. La gente me verá y sentirá pena por mí. Pero no habrá de importarme, ya que si el Dios Misericordioso me lo permite, encontraré allí mis decepciones transformadas en esperanzas. Tendré una madre que me abrace y seque mis lágrimas y una familia a cual amar; la sombra de mi desdicha desaparecerá para siempre… por fin lograré ser feliz aunque tenga que destruir todo lo que soy.

Jorge Kagiagian

No hay comentarios.: