Enferma Obsesión

Ella, una joven hermosa. Tenía una sonrisa brillante y cautivadora. Un mirar intenso y un cuerpo entre niña y mujer. Él, mucho menos llamativo, se acercó esperando ser rechazado. Era demasiado bonita para alguien con sus pobres características. Pero aún así, era dueño de una fuerza autentica e impetuosa. ¿Pero quién, acaso, prestaría atención a ese detalle?



En un dejo de valentía contra el temblor que lo dominaba, extendió su mano hacia la joven y… nada sucedió. Avergonzado, derrotado, dirigió la vista al suelo. Su mano siguió esperando, fueron segundos largos e interminables. La joven, con rubor en sus mejillas, posó la suya sobre la de él. Boquiabierto, sintió magia palpitar en su pecho. Cerró suavemente cada dedo, uno a uno, se entrelazaron con los de ella. ¡Fue increíble, su alegría no tenia limites!

Recorrieron juntos todas las sensaciones del amor. Los “te quiero” y “te amo” salían agitados entre beso y beso. Cada mirada, cada caricia eran libres de todo mal.
Compartieron muchos momentos, tan hermosos que nunca podrán borrarlos de sus memorias. Se entregaron completamente el uno al otro. Vivieron la intensa emoción del primer amor, tan perfecto que mi alma se inquieta entre la admiración y la envidia.

Tiempo después, casi sin explicación, decidió terminar con él. Algunas palabras inoportunas, un poco de fastidio y cansancio, acusó ella. Pero yo he sabido que fue la inexperiencia o, quizás, el miedo quien tomó la decisión. Parece que la necedad y la pasión siempre tienden a mezclarse.

Hizo todo lo que un hombre puede hacer para que volviera a él. En cada intento, más desesperado que el anterior, sintió el rechazo en sus ya lastimadas emociones….
Torturado por las cartas y los retratos que conservaba celosamente; eran ecos del pasado que le recordaba cuan solo estaba.
Lloraba en la sombra gris de una habitación vacía. La buscaba en todo lugar, escuchaba su voz en melodías que nunca existieron. Escribió el poema más triste, más desgarrador, tan conmovedor que no me atrevo a escribirlo en estas ya angustiosas páginas.

La sentía, la odiaba, la amaba. Estaba presente, ahí, arraigada, consumiendo su mente cual parásito. No podía arrancar las raíces que el rencor había urdido sin partir su pecho en dos y despedazar el resto de su cuerpo. Él ya no era el mismo. El amor fue transformándose en algo más…. en algo siniestro.

Recorría las calles con la ropa sucia y andrajosa. Gritaba desaforado:

“No me creen capaz de amar. Dicen estoy desequilibrado, no es así. Nada me aprisiona, mi espíritu es libre. Piensan que deben alejarte de mí pero es falso. Te encontraré… No hay lugar donde te puedas esconder, el destino me guía hacia ti. ¡Prometiste que nuestro amor seria eterno! ¡LO PROMETISTE!”

Inmediatamente, la calma acudía a él. Susurraba con voz entrecortada, agobiada por tanto esfuerzo: “Eres mi amor…te extraño”, mientras las lágrimas salían de sus ojos como torrentes sanguinolentos.
Transitó aquella senda de insanidad, tuvo la opción de seguir adelante, recomenzar su vida pero eligió continuar y adentrarse por ese camino de enfermad.
Comenzó a obsesionarse con su vida, con sus cosas, con su intimidad… a perseguirla y acosarla. Como una sombra, caminaba detrás de ella, casi podía sentir el calor de su respiración; invisible pero presente.

Por las tardes, cuando ella dejaba su hogar, él entraba. Solía llevarse algún recuerdo de allí. No tardó en sentirse confiado, poco a poco, fue animándose a más. La veía dormir todas las noches… recorría su cuerpo con la mirada, su mente le hacía el amor una y otra vez. Sus dedos acariciaban dulcemente sus sienes. Ella se relajaba, dejaba escapar una sonrisa de su boca perfecta. “Cada noche volvíamos a ser felices”

Aquel día, merodeando por su casa, vio una foto, un retrato. Había encontrado una nueva compañía, alguien quien ocupara el lugar que antes fuera suyo.
No podía imaginarse que estuviera con otro hombre. No podía permitirlo. No iba a tolerarlo. Ansiaba romper los vidrios a pedradas, prender fuego sus casas, asesinar a quien sea, como sea. Cualquier cosa que calmara su dolor, la venganza sería una opción. Ver al criminal que intentaba arrebatarla de su vida sumido en la más abyecta desgracia. Estaba dispuesto a hacerlo realidad. La ira y el rencor se combinaron peligrosamente, y lo cegaron.

“Eres mía, siempre lo serás…” – Decían sus incesantes llamados.

“Crees estar enamorada de ese hombre pero yo soy tu verdadero amor. Te equivocas, me ves a mí en él. No puedes olvidarte de mí” – Repetía incesante.

Resolvió seguirlos, lo hizo por muchas semanas. Al verlos juntos, su espíritu se oscurecía más. El despecho no tardó en ocupar un lugar poniendo en marcha su plan.

Una noche, los amantes entraron juntos a la casa de la joven. Sigilosamente, pronto también lo haría él con un arma en su mano que había llevado para la ocasión.
Entró gritando. Los interrumpió en pleno acto amoroso. Ostentando amenazante su brazo armado:

– ¡¡¡Tengo que demostrar que eres para mí y yo para ti. Todos deben saber que nuestro amor es verdadero, verán nuestros cuerpos sin vida como símbolo de eternidad, de nuestra pasión, nadie volverá a dudarlo!!!

El nuevo amante trató de pararse pero un contundente golpe en la cabeza lo detuvo.
Furioso por esa acción, le dijo:

– Si quieres demostrar tu coraje... hazlo puedes demostrar lo que sientes por ella. Aquí tienes…

Tomó un cuchillo que llevaba en la cintura y dándoselo continuó diciendo:

– Acaba tu vida ahora mismo, corta tus muñecas, tu cuello, lo que prefieras... que corra tu sangre frente a ella ahora mismo. ¡¡¡Demuéstrale que eres digno!!!

El nuevo amor empuño el cuchillo, inexperto y dubitativo trató de atacarlo. Un ágil movimiento evasivo lo hizo fallar. Desnudo y atemorizado, esta vez, intentó huir abandonando la escena y a su amante desnuda. Pero dos certeros disparos en la espalda fueron suficientes para evitarlo.
El grito agonizante hizo estragos en la mente de ella…

“ ¡¿Por esa porquería cobarde me cambiaste?! Ahora es mi turno de demostrar el amor que siento por ti. MIRA ¡MIRA TE DIGO! ¡MI MANO NO TIEMBLA!” –Exclamaba enajenado.

Las sirenas policiales no tardarían en llegar, suenan… vienen.

Tomó el arma, la colocó en su propia sien. Mirándola con ojos bien abiertos y alienados activó el gatillo.

Ella y sus pupilas impresionadas vieron el espanto. La sangre salpicando la pared blanca, los trozos encefálicos cayendo al suelo. Vio el cuerpo desplomarse violentamente. Una cara de horror se perpetuó en él, sus ojos continuaban abiertos.
Sintió que poco a poco su mente caía en un abismo de oscuridad; profundo, sin final.
Su raciocinio dejo de ser tal, una suerte de caos y enajenación ocuparían su lugar.
Se hundía en la más profunda demencia.
La sangrienta escena, su desnudez manchada de rojo intenso, las luces y las sirenas… los muertos a su alrededor… la mirada escalofriante que la observaba.
Agarró su cabeza con ambas manos.
No pudo gritar... el terror se adentró en ella. Sólo alcanzó a susurrar con voz temblorosa y pálida: “él fue el único, el verdadero”.
Finalmente había comprendido su imperdonable error, todo había sido su culpa.
Sin más, tomó el revólver y lo disparó en su boca.
La expresión de horror del cadáver de su primer amor se copiaría en aquel rostro por siempre.

Quizás la próxima vida les dé la oportunidad de amarse tan intensamente una vez más… o quizás no… poco importa.

Jorge Kagiagian

1 comentario:

Anónimo dijo...

Inquietante.
Ritmo, sonoridad, pasión... las palabras justas para mantener la justa tensión.
>M