Confesión de maldad

Mi poesía consistirá, sólo, en atacar por todos los medios al hombre, esa bestia
salvaje, y al Creador, que no hubiera debido engendrar semejante basura.
Comte de Lautréamount




Vastos espacios, infinitos desiertos se despliegan hasta el horizonte que nunca existió. Cayendo eternamente en un vacío Aleph, no hay tiempo, nada tiene precedentes. Mi pensamiento merodeó por caminos arbitrarios; pero ya no más, ansío algo diferente, algo nuevo. La soledad fue demasiada, debo escapar de mi propia maldición.

Crear seres, esclavizarlos y para jugar con ellos, la crueldad ayudaría a la diversión. Prometerles mil y un maravillas para decepcionarles luego… eso me distraería pero no es suficiente.
Quisiera que sintieran la felicidad de tenerlo todo, aunque sea por unos instantes, y arrebatárselos después. La congoja será aún mayor, porque no hay quien aprecie lo que no conoce; el valor se adquiere sólo cuando se pierde lo amado. Pero si otra persona te lo quitase el remordimiento no alcanzaría, es necesario fabular la culpa en ellos para que lamenten la falta durante toda su existencia.
Mi mano guiará hacia la perdición a los hombres. Creerán ser libres y se angustiarán por las consecuencias de sus actos; a esa mentira la llamaré “libre albedrío”.

Luego de su aparente desobediencia podría condenarlos a muerte para demostrar mi justicia divina… pero sería muy sencillo; le falta algo que realmente los conmocione en sus entrañas, que atormente sus almas. Argumentando piedad les arrebataré todo los dones que mi mano generosa les dio y se enfrentarán a las aflicciones que yo habré plantado en ese mundo también creado por mí.
Terremotos y catástrofes sin límites, ciudades devoradas por lluvias de fuego y la gran inundación que dejará diezmada a la humanidad. Enfermedades y hambrunas llevarán al hombre a la más abyecta de las miserias; desearan la inexistencia.
Hermanos enemistados a muerte por un trozo de algún animal sin vida, imposible de identificar por su estado de putrefacción. Ese pictórico retrato realzará el sabor de mi festín, del que disfrutaré mientras degusto cada detalle de tal barbarie.

Pero todo aquello no bastará; mi ambición necesita más. Sembraré semillas de odio y desprecio en los corazones de los hombres. Quienes cosecharán guerras sin piedad. Correrán en círculos. Abrumados, no tendrán donde escapar de su propia e ilimitada maldad. Encontrarán efímera paz proclamando héroes a pobres mutilados de los cuales se olvidarán poco después. Imagen tan triste como aquella en la que el hambriento encuentra una moneda en uno de sus andrajosos pantalones; suficiente como para saciar el estomago por unas horas pero pronto el crujido del vientre azotará de nuevo.

La parte más bella será que, a pesar de ser el culpable de todas sus desgracias, me presentaré frente a ellos, curaré algunos enfermos y haré milagros. Seré su esperanza y su salvador. Escucharé sus males, mi alma se quebrará cual cristal al oír tanto sufrimiento, tanto dolor; me acongojaré con ellos y fundidos en un eterno abrazo lloraremos juntos. Seré amado por quienes habré dañado sin clemencia. No hay nada que supere ese sublime sentir.

Pondré en ellos todas las pasiones posibles, odio, venganza, amor, temor, envidia, ambición, lujuria… no faltará ninguna. Presentaré mis mandamientos, las cuales prohibirán todo lo que yo he puesto en sus corazones.
Nunca podrán sentirse seres realizados y completos. Siempre la carencia los atormentará, porque nadie puede cambiar su esencia. Nunca un grosero buey podrá transformarse en un noble corcel, ni yo en un ser misericordioso. Por eso vivirán sumidos en la más profunda frustración.

Mi mano derecha, podrida y corrupta, estará presente en todos los puestos de poder… la llamaré mi gran ramera. Inculcará el sentimiento de culpa en cada ser humano. Se inmiscuirán hasta en la intimidad de todos, nadie podrá siquiera disfrutar de sus partes íntimas, porque serán censuradas y destinadas a la vergüenza.
Esa premeditada manipulación será transmitida de generación a generación…
Aún así, me venerarán. Creerán que todo lo bueno vendrá de mí; y lo malo de mi hijo más hermoso, quien es orgullo fiel de su padre. Encontrarán la forma de explicar todo el universo usando nuestros nombres... creerán por fe la más irrisorias e hilarantes afirmaciones.
Ridículamente harán imágenes de mí. Tendré mil apodos, todos sinónimos de amor.

Esto sólo será el comienzo. Cada seudónimo tendrá su propio ejército. Comenzará la gran masacre… asesinos proclamando mi nombre en batalla, alzando graciosos símbolos como estandarte por los siglos de los siglos. En un eterno juego sin fin, sin respuestas. Confundidos por su propia idiotez. Guiados por líderes dementes en los cuales yo habré puesto la locura dentro de sus cabezas, tan meticulosamente como un escultor que transfigura el mármol según sus deseos. Los llevarán a la más nefasta perdición y quien se niegue a formar parte de mi plan divino, arderá por siempre en el fuego eterno del abismo infernal que yo mismo habré de crear.

En fin, el destino está escrito por mi mano implacable.

Con la más exquisita precisión, iniciaré mi obra:
“En el principio creó dios los cielos y la tierra…"

Hágase mi voluntad.

Jorge Kagiagian

1 comentario:

kirisamoblamientos dijo...

Tan calculada maldad le impidió darse cuenta del enorme castigo que se autoimpuso: jamás conocería la emoción de lo imprevisible, de la sorpresa, de lo que escapa al control...