Una noche larga

"No es bueno que todo el mundo lea estas páginas que siguen; sólo algunos saborearán este fruto amargo sin peligro. Por consiguiente, alma tímida, antes de adentrarte en semejantes landas inexploradas, escucha bien lo que te digo: dirige tus talones hacia atrás y no hacia adelante"
Conde de Lautréamont



En un pueblo aislado y lúgubre. Las noches son siempre grises.
La tristeza y el remordimiento habitan, encuentran allí su morada perfecta.

Vuelvo de verla, pero ella me ignora.
Recorro las calles en penumbras, camino hacia mi hogar mientras repaso mi vida con su compañía. Cuántos recuerdos, cuántas cosas vivimos juntos. Nada fue feliz jamás.
¿Será por eso que ya no me mira, ni escucho su voz? ¿Que no responde a mis reclamos?
Me carcome pensar que quizás no vuelva a estar en mis brazos. Saber que mi desnudez no estará sobre la suya ardiente y deseosa.

Continúo mi camino. Siento que alguien me sigue, volteo mi cabeza… no hay nadie. Apuro mis pasos, es peligroso por aquí. Pueden arrebatarme lo único que me queda de ti: el dolor que me causa tu recuerdo. No podría permitirme vivir sin él aunque ello implique una perpetua agonía.
Comienza a llover. Estoy a algunos metros de mi casa, tomo las llaves, me preparo para abrir la cerradura… me apoyo accidentalmente empujando la puerta. ¡Está abierta! Me quedo absorto durante algunos segundos eternos mientras las frías gotas caen sobre mi cara limpiando el hollín, empalideciendo aún más el horror de mi rostro. Miro con cautela el interior, reviso todas las habitaciones, incluso las alacenas. Todo está en correcto orden.
¿Habré dejado la puerta abierta? No lo creo.

Estoy decidido a recuperarte, a tenerte aquí.
Voy al patio trasero. Detrás del amarillento césped, se encuentra una antigua habitación lindante a unos terrenos deshabitados. Allí guardo mis herramientas y otras baratijas. Ansioso busco en el desorden, finalmente la veo. Tomo aquella pala oxidada.
Salgo rápido de mi casa… recorro las calles oscuras y lúgubres otra vez.
Llego a tu morada. Un enorme portón enrejado con gruesos barrotes se interpone. Golpeo el gigantesco candado con la punta de la pala, al tercer intento logro arrancarlo y entro.
Una veintena de pájaros negros sobrevuelan mi cabeza mientras la luna se oculta detrás de las nubes grises. Me siento observado por las aves, y por algo más.

Mi mente no se detiene, la ansiedad me devora. Recorro agitado las mezquinas callejuelas internas, esquivo deslucidos mausoleos, criptas derruidas, lápidas quebradas y enmohecidas.

Al fin, llego al pie de su lecho de muerte, me apresto a liberarla.
Hundo la pala en la tierra húmeda. Desecho la tierra a un lado. Cavo otra vez. La lluvia dificulta sujetar la pala y debilita el suelo. Estoy parado sobre arenas movedizas; me siento devorado por ellas. Pero nada me detiene, penetro implacablemente la tierra, una vez y otra vez.
La oscuridad es casi total, los relámpagos iluminan y me indican dónde debo acertar el próximo golpe.
Levanto la cabeza para respirar profundamente. Un sombrío ángel de mármol me mira fijo. Mira dentro de mí, mira mi carne, mis huesos, mira mi alma.
Precisamente antes de que las fuerzas me abandonen, golpeo la madera… aparece en mi cara un gesto, parece una sonrisa, pero hay algo enrarecido en ella, algo macabro.

Estoy completamente dentro de la fosa, me imagino cómo será mi muerte.
¿Vendrán a rescatarme? Dejo de pensar y sigo trabajando, debo apresurarme, el agua llena rápidamente la fosa.

Golpeo las tablas con fuerza bestial… logro una brecha.
Durante unos minutos quedo inmóvil frente a su rostro… Desesperado, rompo las maderas a mano limpia, arranco los pedazos. Las astillas se clavan en mis nervios adormecidos por la excitación.
Logro verte completamente y beso tus labios antes carnosos.
Levanto su cuerpo sanguinolento. Los huesos de su brazo están rotos, debo ser cuidadoso. Al fin, eres libre.

La cubro con las sábanas blancas que precaví traer, suavemente la envuelvo en ellas… veo cómo se tiñen de un rojo negruzco, el color de su ser.
Más veloz que antes, recorro el pueblo con ella en brazos. Cerciorándome en cada esquina. Nadie debería vernos. No queremos que sepan de nosotros.
Cruzo los terrenos abandonados, llego al patio de nuestro hogar.
Entro con ella en brazos casi entumecidos, mis ojos se humedecen y mi corazón late con fuerza… hemos esperado este momento durante tanto tiempo… entrar a nuestro hogar, como recién casados, pactando así amor eterno.
Seguimos camino a nuestra habitación… ansiamos este momento, lo esperamos…

La acuesto sobre nuestra cama. Saco suavemente las sábanas; es mi tesoro, debo cuidarla.
Todavía conserva la ropa del funeral, delicadamente desprendo cada botón, mientras mis ojos no se desvían de sus cuencas hundidas.
Desabrocho su brasier… lentamente la desvisto.
Quiero arrojarme sobre ella, ya mismo. Pero no estaría bien, ¿qué clase de hombre sería? Además yo disfruto la lentitud en el amor. Cuanto más suave y despacio es la caricia, más penetra.

Recuerdo la noche que la conocí. Era casi una niña. Caminaba alegre, contenta por una calle oscura. Quizás ese fue su error. Nadie debe ser feliz aquí.
Salté desde las penumbras, no me vio. Solo las sombras de mi deformado rostro.
La golpeé duramente y la llevé a aquel infecto callejón. Rompí sus delicadas ropas, arranqué todas sus prendas. Los gritos de socorro no llegaron a ningún oído, o quizás simplemente nadie acudió en su ayuda.
La sensación de impotencia se apoderó de ella. El pánico la dominó.
Tendí su cuerpo en el piso. Coloqué mis rodillas entre sus piernas separándolas. Desabroché mi cinturón y ostenté las partes destinadas al pudor.
Violentamente me apresté a entrar en su carne, pese a las lágrimas y a las súplicas.
Le susurraba al oído: “¿Te gusta, amor mío? ¿Te gusta?”… Ella sentía mi ponzoñoso aliento en su cuello, que la impregnaba de asco y repugnancia.
Meticulosamente le propinaba un intenso golpe cada tres o cuatro envestidas. Para reavivar el terror en ella. No me gusta ser distraído cuando hago el amor.
Continuaba: “Mi vida, quiero escuchar si te gusta. Respóndeme”. Mientras pasaba mi lengua bífida por su cara saboreando su amargo llanto y su dulce dolor.

Terminó el placer más glorioso, la dominación total sobre otro ser humano.
Me limpié los fluidos en los retazos de tela que antes eran su vestimenta.
Contemplé su desnudez ultrajada, tendida en el suelo, sumida a mis más enfermizos deseos. ¡¿Cómo olvidarla desparramada y rendida con la cara hinchada, manchada con sangre, tierra, lágrimas y mis escupidas?!
Atesoro esa imagen en mi memoria.

Tuve compasión por ella porque tengo un alma sensible.
Tomé un tronco y descargué unos contundentes golpes. En el intento inútil de cubrir su lacerado rostro, el tronco quebró su antebrazo. El sonido de los huesos astillándose erizó mi piel.
Con una de mis manos tapé su nariz y boca. Me acerqué a centímetros de su cara, clavé mi abierta mirada en sus ojos. Vi dilatarse sus pupilas.
El temblor epiléptico de sus piernas, los vanos intentos de liberarse y su miedo a morir me excitaban aún más.

Antes de que muriera asfixiada, hundí lentamente un filo en su pecho perforándole el corazón. Luego en su garganta. Contemplé su agonía.
Aún hoy escucho sus últimos estertores y el sordo sonido del ahogo en su propia sangre.
Al ver su cuerpo carente de vida, me entristecí, la abracé y lloré desconsoladamente. Como un niño frente al juguete destrozado. Me había enamorado de ella.

Pero hoy estamos juntos. Todo será distinto ahora, lo malo ha quedado atrás.
Es mi oportunidad. Resarciré mis errores, todas sus penurias.
La noche es larga para el amor.

Jorge Kagiagian

2 comentarios:

susyhoss dijo...

El cuento está muy bien escrito, aunque sin duda es, intensa, profunda y apasionadamente MACABRO. Se podría decir que el autor intenta demostrar una maldad descarnada en un intento desesperado de calmar o apaciguar un dolor de su alma.
Sin embargo, esto es sólo un intento vano de querer disfrazar sentimientos inversamente opuestos a los que quiere demostrar.
Hay un gran deseo de amar que aún permanece frustrado.
Lo ideal sería girar la dirección de la flecha hacia la vida.

Abril Gomez dijo...

Lo ideal no seria girar la dirección... creo que la esencia fue todo lo que leí.